(A raíz de una crítica de un párrafo de extensión que me encargó una amiga, me he animado a escribir más textos del mismo formato. La limitada extensión no solo me obliga a verbalizar, de forma clara y directa, la impresión causada por una película, sino que también me motiva a escribir con más asiduidad).
En I racconti di Canterbury basta un rostro, un culo o una polla para que una imagen alcance su plenitud. Pues un rostro, un culo o una polla pueden representar, por sí solos, las pasiones humanas. De ello habló Pasolini: «Los críticos, al eliminar el sexo de mis películas, eliminaban su contenido, y las encontraban por tanto vacías, sin comprender que la ideología estaba ahí...». Lejos de la artificiosidad, las imágenes de I racconti... dan vida a aquel escenario medieval que acogió esta tensión entre el libertinaje y la censura moral hace setecientos años. Es recreada gracias a un exquisito vestuario, a las mismas localidades de Inglaterra que aparecen en los cuentos de Chaucer -Canterbury, Oxford y Londres- y a un largo elenco de actores italianos e ingleses, cuyos rostros podrían pertenecer perfectamente al pasado medieval británico. Este cuidado por una estética realista dota a la historia de una gran terrenidad, desde la cual Pasolini adapta libremente los cuentos, con episodios tan grotescos como parabólicos -e incluso algunas escenas de slapstick con Ninetto Davoli-; de la misma forma que Chaucer se vale de personajes de origen social muy variado para poner en sus bocas cuentos tan puritanos como sencillamente guarros. La película, compuesta por ocho cuentos que los peregrinos se explican para hacer más ameno el camino a Canterbury, generalmente se decanta por los guarros. Sin embargo, en los gestos de los héroes sinvergüenzas, como el feligrés que se tira un terrible pedo en las manos de un fraile avaro, o los estudiantes que follan con la hija y la mujer de un molinero mezquino, Pasolini esgrime esa moral que parece suspendida entre tanto sexo y bufonadas. Son gestos de cólera divina, de gozosa venganza contra aquellos que abusan del poder religioso, político o familiar. Pues la pureza y la divinidad, parece decirse en I racconti..., también pueden hallarse en un rostro, un culo o una polla, y con mucho más regocijo que en la religión. Algo también dicho por aquel niño vagabundo a su madre en el poema de Blake: «Mamá, Mamá, qué fría es la Iglesia / y qué buena y cálida y grata la Taberna / y yo sé en cuál me dan lo que quiero / algo que nunca ofrecerán en el Cielo».